Dicen los zoólogos
que los pingüinos son los pájaros más cabrones que hay, perfectamente capaces
de matarse entre ellos a la menor oportunidad; dicen también que sin embargo algunas
especies son monógamas y fieles, con parejas estables para toda la vida. Son
obedientes, sociales y pacientes. Y resignados. Puede que eso y la facilidad con la que asumen
como confortable su propia mierda los haga más humanos de lo que creemos, puede
que desde ese punto de vista no sea tan descabellado tenerlos como animal de compañía.
En «Muerte con pingüino» el protagonista,
un escritor en horas bajas llamado Viktor tiene a un pingüino llamado Misha por
mascota, un animal rescatado del zoo que le acompaña en su soledad. Un testigo
discreto, triste y melancólico de su pequeño desastre.
Viktor y
Misha deambulan como planetas sin estrella, buscando con paso poco grácil la
forma de ganarse los cuartos, cruzándose sin quererlo con otros personajes que
van asomándose a sus vidas en un país recién derrumbado, construyendo una
familia accidental.
Y en esas
están cuando a Viktor le sale un curro. Algo fácil y bien pagado, una bicoca. Escritor
de necrológicas de personajes públicos antes de su muerte. Todo perfecto hasta
que el literato cae en la cuenta de que, cada vez que anticipa una esquela, irremediablemente
el protagonista de la misma palma al poco tiempo. Punto de partida de un
misterio que quizás no sea demasiado conveniente resolver. (Argumento este
curiosamente similar al de Death Note)
El caso es
que el libro está preciosamente editado por Blackie Books ―esta gente no
defrauda― y Andrei Kurkov sabe darle al asunto un punto tan desquiciado y
descarnado, tan resignado a los caprichos del caos que la obra acaba
transitando entre el realismo y el surrealismo con un pie en cada mundo. Motivo
por el que la recomiendo. Una visión muy soviética de los palos que aguantan el
sombrajo, de una sociedad hecha con hielo y cemento agrietado donde para
algunos solo parece cumplirse una ley, la de la gravedad.