Jim
Goad es un Redneck, un Hillbilly, un orgulloso miembro de la basura blanca que
esparce sus caravanas por el ancho culo de Norteamérica. Y como ellos está
empapado por el mismo odio, un sentimiento duro como el diamante y barato como
un canto rodado; que crece desde las toneladas de promesas incumplidas, que
está asentado sobre siglos de miseria, de abuso metódico e institucionalizado
puteo. Ellos odian al gobierno federal. Odian a la banca. Odian a sus jefes.
Odian a los progresistas, a los hípsters neoyorkinos y en general a todo aquel
que les sonría con suficiencia detrás de una dentadura inmaculada.
Jim
y sus hermanos son la carne que alimenta la bestia. Ellos trabajan catorce
horas al día y no llegan a final de mes. Y están encabronados. Ellos son los
tipos que se caen de andamio, los tipos que agujerean las minas de carbón. Los
que disparan a desconocidos en selvas y desiertos lejanos. Los que vuelven a
casa con la mirada perpetuamente enfocada a doscientas yardas de distancia.
Ellos son los herederos de la tierra, pero la parte de la tierra que nadie
quiere, la que está yerma, contaminada o infestada de cocodrilos.
Ellos
creen en el Dios que se esconde detrás de un telepredicador sudoroso, ellos
creen en el yeti, el sasquatch, el vicodin, los alienígenas y las conspiraciones
gubernamentales. Ellos aman las armas, el alcohol destilado casero y la
metanfetamina.
Jim
y sus hermanos blancos siempre han estado ahí, porque la bestia siempre ha
necesitado mano de obra barata, hijos de las hambrunas irlandesas, exiliados,
convictos y expatriados a la fuerza, excedentes demográficos de la vieja Europa
en la búsqueda continua por un lugar donde caerse muertos. Ellos son el último
estrato social del que está permitido reírse.
Jim
Goad puede que sea un pelín imbécil, un provocador. Una buena traducción para
Goad es “aguijón”. Pero un imbécil de esos que razonan tanto sus imbecilidades
que a veces acabas asintiendo. Explica su propia mierda como si fuera la única
mierda de un único mundo en el que existe un único país. Pero escribe a
puñetazos, como un boxeador desdentado y puesto de metanfetamina hasta el ojete.
Jim
Goad publicó el manifiesto redneck hace diez años y llega a mis manos en la
edición que ha sacado Dirty Works Editorial, un trabajo impresionante cuya
traducción ha tenido que causar más de un dolor de cabeza. Un libro que se lee
del tirón y que ayuda a comprender el estado actual de las cosas.
Goad
usó la escritura de este manifiesto para sacar su rabia, lo cual ―visto lo
visto―, es una forma excelente de lidiar con la frustración. Algún otro tarado
ha llenado de nitratos un camión y han reventado un edificio. La mayoría sin
embargo ha optado por una venganza contra el planeta mucho más sutil y
efectiva, votar masivamente a Trump.