Hace cosa de un año, entre la pila de libros adquiridos en la
feria de Madrid se coló esta novela “Fat City” de Leonard Gardner, librazo que
en su día debiera haber reseñado y recomendado pero que sin embargo se fue
quedando en el tintero virtual que esconde esta memoria maldita. El caso es que
ayer, rebuscando libros en Amazon di con él y comprobé apesadumbrado que apenas
tenía una reseña en español. Una única reseña es una cabronada que se hace
especialmente dolorosa cuando el libro es bueno.
Y es que esta ciudad gorda esconde varias
lecturas, como toda la literatura que merece la pena. La primera es la
superficial, la que te lleva a la curiosa información que esconde la solapa,
donde el editor te cuenta que es una de esas obras en las que alguien ha
volcado media vida. Su autor no ha escrito más que este libro, extendiéndolo
primero y condensándolo después, de 400 a 219 páginas, exprimiendo cada frase
hasta sacar la esencia.
La segunda lectura es la evidente, porque en
Fat City se habla del boxeo como una nada sutil metáfora de las bofetadas que da
la vida. Del desarraigo perfecto entre plantaciones de melocotones, hostales de
mala muerte y gimnasios desvencijados, de la gran broma cruel que esconde el
sueño americano. Nada nuevo bajo el sol, me temo. Pero contado con precisión y
maestría a través de la historia de dos boxeadores, los perdedores Billy Tully
y Ernie Munger que encuentran el uno en el otro un reflejo nada bonito del
pasado perdido y del futuro que asoma tras la esquina.
Porque Billy es un tipo al que se le han
escapado todos los trenes. Porque a Ernie sin duda se le van a escapar.
Y esa es la grandeza de la historia. La
esencia amarga del asunto, el sabor intenso que se puede aplicar a tantas
facetas de la vida, donde la promesa del éxito es sencillamente una gran
tomadura de pelo.
Bien pensado quizás lo extraño es que este
libro hubiera sido un best seller,
entonces continente y contenido se hubieran dado de hostias salvajemente, como
sólo saben hacer las personas que no tienen nada que perder.