George Murray Levick fue
un naturalista inglés, cirujano naval, militar aventurero, que hizo varias
expediciones a Terranova, (de donde salió vivo de milagro) y luchó en las dos
guerras mundiales, nada menos que en la batalla de Gallipoli durante la
primera, e infiltrando espías ingleses desde Gibraltar durante la segunda; es
por tanto fácilmente identificable como un tipo de mundo, un tipo honorable,
pero así mismo alguien conocedor del lado oscuro que todo Homo Sapiens atesora
en su interior, un tipo capaz de sobrevivir en una cueva de hielo, comiendo
grasa de foca durante meses, tiritando mientras se fuma una pipa para mayor
gloria de su majestad.
El caso es que durante
uno de sus viajes, durante una de sus observaciones, el bueno de George anduvo
un verano austral estudiando el comportamiento del pingüino Adelaida (Pygoscelis
Adeliae) en el Cabo Adare, en la Antártida oriental frente al mar de Ross, por
aquella época más o menos en el extremo más lejano del culo del mundo conocido,
y de su estancia en aquellos lares quedó horrorizado.
Es duro ser pingüino.
Están las ventiscas, los depredadores, el hambre, y el hecho de que el cuarto
de estar de tu casa es uno de los lugares más inhóspitos de la tierra. Pero es
que si además eres un pingüino Adelaida tienes que andarte con ojito con tus
amables congéneres.
Resulta que durante el
tiempo que los investigó, Levick documentó en muchos machos comportamientos
jodidamente depravados, violaciones en grupo de hembras, violaciones en grupo de
machos, de polluelos a los que luego mataban, necrofilia con hembras muertas el
mismo año, necrofilia con hembras muertas el año anterior y una larga lista de
acciones que hicieron escandalizar al científico, a un tipo que con el tiempo
se dedicaría a formar comandos ingleses capaces de matar a un enemigo con un
mondadientes.
Tanto fue así, que el
documento final de la expedición, que aún se conserva, fue redactado en griego clásico,
para asegurarse que sólo otros científicos de rancio abolengo y mente amueblada
pudieran acceder a semejantes depravaciones.
Da que pensar el lindo
pajarillo. Da que pensar la aparente inocencia de los tipos que vivieron el
siglo más terrible de la historia del hombre. Alivia y asusta a partes iguales
que la maldad humana, no sea tan exclusivamente humana. Después de todo.
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