El
hombre sin recuerdos ahora sabe que la memoria está hecha de cenizas, inútil materia
prima, frágil e inerte, con la que ha construido caducos parapetos en su
cabeza, murallas cuarteadas incapaces de detener el huracán; desnudo, helado,
empapado; sin esfuerzo llega a la conclusión de que el olvido es como un niño
travieso, como una amante despechada, como un pintor de retratos que sólo usa
el color blanco, que construye realistas lienzos monocromáticos fieles al
reflejo perfecto de la nada, copia exacta de su mundo transparente, maestro
obcecado que siempre enseña una única lección, biógrafo que ha escrito su vida
con un lápiz de carpintero, que ha arrastrado después el extremo de sus dedos
sobre las líneas de grafito, atento ante los nombres en descomposición, verbos
y adverbios heridos de muerte, difuminados, rotos en cachitos pequeños,
sílabas, letras y trazos sin sentido; el hombre sin recuerdos ahora sabe que
todo lo que sabe no es nada y extravía su existencia mientras escucha el
silencio de sus propias palabras.