–Todo lo grande comienza pequeño –piensa el
corsario mientras arrastra sus piernas hasta la luz del día–. Y todo lo grande
acaba desmenuzándose, rompiéndose en trozos diminutos, en arena y polvo que se
lleva la mar, la tormenta y el tiempo.
Entorna los ojos el pirata, el sol
de Portobello calienta su piel enferma, deslumbra su retina y descubre una ciudad
desguarnecida, una bahía tranquila y temblorosa, aterrada ante las velas del
barco del diablo, luce el gran astro en el cielo y se ilumina ante Francis un
mundo en tinieblas, un horizonte que es frontera, la que separa la vida de la
muerte y a los hombres de los espectros.
–Es el fin –susurra el fantasma de
Hawkins, salido del infierno para una última correría.
–Es el fin –piensa Drake, incapaz
de articular palabra–. Mejor palmar así, sobre la cubierta, escuchando el ruido
de los portones al abrirse, los gritos de los artilleros al cebar los cañones, sintiendo
los leves crujidos, los sutiles quejidos y quebrantos de la Defiance mientras maniobra
sobre las aguas de la bahía.
Ella parece hablarle también,
despidiéndose, atraviesa el líquido elemento sin esfuerzo, con el velamen
desplegado, majestuosa, fría como un cuchillo que corta la carne, preparándose
para el combate.
Francis Drake se mantiene en pié de
milagro, viste sus mejores galas, camisa de seda y sombrero emplumado, aferra
dos pistolas de mango nacarado y una espada de gala cargada de piedras
preciosas, la sangre y la mierda se escurren desde sus calzones, siente la
lengua hinchada, la boca seca, las entrañas le arden y su piel está empapada de
sudor frío, mortecino.
Sir Drake se muere, esa misma noche
su cuerpo será lanzado al mar en un ataúd de plomo, esa misma noche cenará con
el diablo, pero antes debe terminar algo, levanta la mano temblorosa y hace
una señal al contramaestre Baskerville, ordena, balbucea, jadea, su aliento
huele a pus y podredumbre, los fonemas pronunciados por su boca suenan como una
lengua extraña, inteligible.
Es el idioma del diablo.
Baskerville escucha, asiente, se
gira a los hombres y grita.
–¡Sin cuartel, que no quede un alma
viva en Portobello!
Los hombres rugen, aúllan como una
manada en celo, Sir Francis Drake sonríe.
–Todo lo grande empieza pequeño
–piensa de nuevo, un segundo antes de que la noche se presente fiel a su cita y lo
engulla sin piedad.