-Teo, tu perro es una máquina de hacer
mierda.
Dice el Chino;
y tiene
razón, piensa Teo, mientras se rasca la cabeza bajo el gorro y camina lentamente,
bajo el paseo de castaños, al lado del río, esquivando zurullos calentitos, ansiedades
y nudos en el estómago, dando patadas a los frutos caídos de los árboles, observando
cómo éstos dibujan una trayectoria parabólica perfecta antes de caer sobre el
agua, cómo hacen plop, sobre un líquido misteriosamente limpio y transparente.
-Ya.
Contesta Teo
distraído, mientras se rebusca en los bolsos del abrigo y por un segundo eterno
maldice su puta estampa, hasta que sus dedos afilados acarician la bolsa de
Luky Strike entre las llaves de casa, los guantes de lana y el muñeco de
Pokemon de Zeta, simplemente con su tacto calman el demonio que gobierna sus
vicios.
-Es mi madre, que le compra pienso con fibra.
Suelta al
final, y al hacerlo observa asombrado como sus palabras flotan en el aire
envueltas en vaho, sobre la densa y fría niebla mañanera, suspendidas hasta se
congelan, caen, chocan contra el suelo y se rompen en mil pedazos blancos como
la nieve, como la cencellada que ha dejado la noche tras de sí, una línea de
hielo adherida a cada hoja, a cada piedra y cada tronco del parque, un frágil
dibujo de la madre naturaleza, que ahora el sol, escondido sobre las nubes,
esta emperrado en destruir.
Caen unas
gotas sobre la nariz de Teo, que mira hacia arriba, hacia el lugar donde
debiera estar el esquivo cielo.
-¿Te das cuenta?
Pregunta Teo.
-¿De que?
Contesta el
Chino.
-Es el sol que está levantando la niebla, al
calentar las copas de los árboles se derrite la escarcha y llueve bajo ellos.
-Si.
-Llueve bajo los árboles, no sobre ellos, es el
mundo al revés.
Ríe el Chino
con una risa asmática, corta la carcajada para toser y escupir, después vuelve
a reír.
-El mundo lleva unos años al revés, idiota.
-Si.
Contesta, y
extrae el extremo de su lengua colocándolo contra la comisura de sus labios,
como si quisiera lamer con la puntita un pedazo de invierno, sólo para averiguar
a que sabe, después decide liarse un cigarro, así que construye un cuenco con
sus manos, con sus dedos entrelazados y aprieta el conjunto contra su boca,
exhala aire caliente y consigue que sus huellas dactilares, moradas e
insensibles, recuperen el tono habitual de los seres vivos.
-No me había dado cuenta.
Y extrae una
pequeña cantidad de tabaco, que hay que
estirar el paquete, lo lía y lo compacta, y después coloca el filtro y lo
envuelve en un papelillo, que queda sellado sobre si mismo con un certero
lengüetazo.
-¿Vistes ayer el capítulo de Walking Dead?
-No, ya lo había visto.
-Pues es cojonudo.
-Es una mierda, siempre que veo una película de
zombis acabo deseando que se zampen a los protagonistas.
-Eso es porque si hubiera un holocausto zombi tú serías
el primero en correr por el parque pegando mordiscos a todo bicho viviente, aunque
estuvieras sano, sólo por joder.
-Puede.
Responde Teo,
y prende el cigarro, da una calada larga que llena de veneno sus pulmones y
alarga el cilindro humeante al Chino, que tose, extrae el Ventolín y se da dos
chutes de inhalador antes de aceptar el cigarro.
-Tú también andarías jodido.
Dice Teo.
-¿Yo, por qué?
-Un chino asmático y fumador, no creo que duraras
mucho huyendo delante de un zombi.
Asiente el
Chino y al hacerlo sus ojos se vuelven más pequeños, asoman una ristra de
dientes amarillos entre sus labios.
-Si los muertos vivientes poblaran la tierra me
encerraría en el piso de mi abuela, que tiene provisiones para aguantar hasta
la cuarta guerra mundial.
-Sólo ha habido dos.
-¿Dos que?
-Dos guerras mundiales.
-Ya, ella aguantaría la tercera y la cuarta, una
detrás de otra, además, yo no puedo ser zombi.
-¿Por qué?
-Los zombis no fuman lucky strike.
Zeta se gira y
ladra, y menea la cola feliz, como asintiendo ante las sabias palabras del
Chino, touché, parece decir en su
lengua perruna.
-El perro está de acuerdo contigo, lo cual sólo
demuestra una cosa.
-¿Qué?
-Que mi pero es idiota.
Sentencia, y
sonríen, callan, los dos muchachos caminan en silencio siguiendo los pasos del
chucho, que ahora mira tieso a los patos en mitad del río y se relame, dejando
caer goterones de baba sobre la hierba.
Teo se
detiene, se sienta sobre el respaldo de uno de los bancos y limpia con la punta
de los pies los restos del botellón, haciendo rodar las litronas de cerveza
vacías hasta el suelo, recibe de vuelta el cigarro y pega otra calada, suelta
el humo gris y hace una “o” perfecta que asciende con los angelitos, apura el
filtro hasta que siente el calor de la combustión sobre sus labios y después lo
pinza entre el dedo gordo y el corazón de su mano derecha, construye una
catapulta liliputiense que proyecta la colilla humeante hasta el agua helada,
donde se apaga en silencio.
Suspira, y
nota como su cuerpo agradecido bendice la entrada de oxígeno puro y no mezclado
con nicotina, cierra los ojos y resopla, coloca las manos contra los oídos y
antes de que se de cuenta, está escuchando en silencio el ritmo de su propio
corazón, latidos que son segundos, tiempo
que se escurre rápido, en esta perfecta nada.
-Chino, ¿Cuándo fue que nos engañaron a ti y a mí?
El Chino
calla, tose y escupe, Teo continúa.
-¿Cuándo nos vendieron la moto?
-¿Qué moto?
-La de que podríamos ser los reyes del mambo, la de
que podríamos bailar con la mas guapa, la de que a la vuelta de unos años todos
tendríamos, trabajo, casa, coche y vacaciones en el caribe, con hijos rubios,
en un chalet con porche y piscina, y vistas a un campo de golf.
-Dudo que tus hijos fueran guapos y rubios.
-Cierto, serían feos y con el pelo más negro que los
cojones de un grillo.
Zeta va y
viene, se escurre entre los setos y vuelve, comienza a roer los zapatos de Teo,
es la hora de Pokemon, Teo busca en sus bolsillos, encuentra los guantes de
lana y se los pone, también el muñeco de plástico con forma de monstruo
amarillo, a lo que queda de él, dado que los colmillos de Zeta han dado buena
cuenta de sus orejas puntiagudas y el careto ya lo tiene casi borrado, a base
de lametones; coge el juguete, se lo enseña al chucho, que aúlla de felicidad y
mueve el rabo, el Chino mira al bicho extraño y dice.
-Está hecho una pena.
Teo asiente,
amaga con lanzar y engaña al perro que se da una vuelta de ciento ochenta
grados y se cae de culo medio mareado.
-¡Busca Zeta, busca!
Y lo lanza, y
el monstruo amarillo vuela libre unos metros intentando alejarse del planeta
tierra, pero la gravedad es cruel y poderosa, y el muñeco choca contra el
tronco de un árbol antes de caer el suelo, donde irremediablemente le esperan
los colmillos del perro.
-Es una vida dura la del Pokemón.
Pero el Chino
está a lo suyo, masculla.
-Consiguieron vendernos el sueño americano,
siendo más de pueblo que las amapolas.
-Desengáñate, Chino, si todo el mundo fuera rico,
dejaría de tener gracia el ser rico.
-No es que nos hayan vendido la moto, es que nos la
han robado.
Sonríe Teo,
cuando el Chino se mosquea le sale un tic en el párpado y pone cara de pirado,
da un poco de miedo, haría buenas migas
con Ciriaco el loco, piensa Teo, podrían
compartir culos de cerveza de la basura y después aprovechar los cascos para ir
al ayuntamiento, a tirar unos cuantos cócteles molotov, piensa Teo resopla,
luego reflexiona un segundo y continúa hablando.
-Nos han mordido Chino, y ni siquiera nos hemos dado
cuenta.
-¿Quién?
-Los zombis, nos han contagiado, nos han convertido
en zombis y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
-Si.
-Piénsalo joder, todo el santo día en la calle
murmurando, de la ceca a la meca, arrastrando los pies, corriendo de un lado a
otro buscando curro…
-A mi me entran ganas de morder a la peña cuando
paso frente a la junta y veo los coches oficiales.
-Somos zombis.
-Somos zombis.
Los zombis hoy
no muerden, ríen a la vez, ponen la correa a Zeta, y se dan media vuelta, el
sol ha roto el manto de niebla, se cuela en la mañana gris como el foco de un
circo y calienta un poco sus cogotes; los zombis caminan y suspiran, entran en
calor, deciden dar otra vuelta al parque y mantener intacta su ruta perfecta, caminito
de ninguna parte.
Sígueme en Twitter @tiemposdormidos https://twitter.com/tiemposdormidos