I.-
Da igual, es inútil, piensa el buen camarada K, mientras calienta sus manos heladas con el
aire que da forma a su propio aliento, frota sus dedos insensibles por el frío
unos contra otros y consigue que la sangre, esquiva y juguetona, vuelva a
acariciar la cara interna de sus huellas dactilares; podemos construir un mundo en vertical, podemos levantar murallas de
cemento, reforzarlas con piedra y acero, estudiar su diseño y mejorarlo, añadir
defensas y parapetos, sacos terreros y alambres de espino, piensa mientras mira entre sus uñas, donde la tinta dibuja una perfecta línea roja que
se desborda por los laterales y a punto está de manchar los puños de su camisa,
podemos subirnos a ésas torres y desafiar
al temporal, armarnos hasta los dientes, continúa, podemos escupir al cielo y matar a nuestros enemigos, renegar de los
Dioses, elegir hombres y divinizarlos, podemos sentirnos enormes y listos,
seres maravillosos, grandes de espíritu, pero no será mucha la distancia que
nos separe del niño que se refugia tras las murallas de un castillo de arena,
porque el tiempo juega con ventaja, sus ejércitos de minutos y segundos, de
días, meses, años y lustros, arremeten con fuerza, arrancan cada una de las
escamas de nuestra piel de cocodrilo.
Da igual,
vuelve a pensar entre susurros, en voz baja, por si acaso, como si sus
pensamientos pudieran ser escuchados, intervenidos y fiscalizados, censurados
con una tinta espesa, negra y densa como el olvido, como si en lo más profundo
de sus neuronas, usando su alma como escritorio, un diminuto funcionario, un
diminuto clon de sí mismo, pudiera denunciar al pueblo la impureza subversiva
de su mente; rugen sus tripas, se remueven sus entrañas, el camarada K siente
hambre, mientras espera la ronda de cartas se muerde la uña de su dedo pulgar
derecho y encuentra en su superficie un ligero regusto metálico, suspira y para
cuando el último átomo de oxígeno abandona sus pulmones, una nueva remesa de
sobres descansa sobre su escritorio, instintivamente acaricia el metal afilado
del abrecartas y con un suave golpe de muñeca el papel es cercenado, la
confidencialidad violada para mayor gloria del estado.
Lee, sus ojos entrenados son
rápidos, se adaptan con premura a los diferentes trazos, a los distintos puños
y letras con los que lidia, como un ratón, como un ágil roedor silencioso, se
cuela en un mundo que no le pertenece, escala sobre los verbos y camina dando
saltos sobre los adverbios, sobre los sustantivos, sobre el sentido oculto de
cada frase, sobre el mensaje forjado con letras y tinta; lee y al hacerlo encuentra
las palabras de un hombre enamorado, él
la ama, piensa tras la breve lectura, anhela
su presencia como la tierra el agua de mayo, como los girasoles la luz del sol,
como un padre la risa de su hijo.
Continúa, un escalofrío recorre
su espalda hasta la base de su nuca, recuerda, las frases del joven enamorado son las tuyas, no estaban perdidas,
resulta que han rebotado por el mundo durante una vida entera, hasta volver al
punto de partida, transformadas,
dirigidas a los oídos de otra mujer pero en esencia iguales; el buen
camarada K traga saliva y rasca su coronilla despoblada, después resopla,
suspira y aferra el sello, tacha “te amo”
y golpea la superficie del documento dejando una breve impresión roja con
la palabra “censurado”.
Piensa por un segundo, gira su
cuerpo y coloca los dedos sobre la máquina de escribir, al golpear las teclas,
suena una música conocida, la banda sonora de su mundo en destrucción, su
informe termina con un rutinario “no hay
amor más grande que el que uno siente por la patria” y después suspira, un soplido de aire caliente es emitido hacia el
cuenco que forman sus dedos entrelazados, firma el folio blanquecino, tras la
ventana cae la nieve, y mezclado con los copos, una voz metálica acude puntual
a su cita desde los altavoces.
-Recuerda camarada, el pueblo es uno, el pueblo esta fusionado con nuestro
amado líder, es el cuerpo que Él gobierna, es el puño con el que Él aplasta a
los enemigos de la nación, Él no tolera debilidades, vigila y denuncia, buen camarada
no permitas que los enemigos….
Clic.
El buen camarada K desconecta, voluntariamente
corta el cable que une su mente con el mundo externo.
Palabras,
el poder de la palabra, algo tan sencillo, tan simple como una breve mezcla de
fonemas articulados, organizados en su garganta y emitidos en el lugar
equivocado, en el momento equivocado, tienen
el don de la vida, el don de la muerte, piensa, pueden destruir tu mundo, todo lo que amas, mira su propia firma
sobre el informe, un trazo firme, negro como su esencia, una tinta oscura que
se extiende más allá del papel, escala por su piel hasta su garganta, donde se
convierte en soga, aprieta la laringe hasta interrumpir la entrada normal de
oxígeno; el buen camarada K siente la cuerda de tinta sobre su cuello, pesa
demasiado, nota de repente una náusea, una arcada que amenaza con ascender por
su esófago cargada de desesperación.
K respira hondo, consigue
zafarse, el estómago vacío ayuda a contener el vómito, se levanta y camina
hasta su superior con paso tembloroso, se cuadra y dice.
-El camarada K solicita permiso para ir a hacer sus necesidades.
El joven oficial al cargo aún
tiene granos de adolescente, no le mira, no responde, levanta la mano
indolente, K camina deprisa hasta las letrinas, empuja una puerta blanca
desconchada y vomita sobre un agujero apestoso, una mezcla de bilis y palabras
a falta de alimento, letras y secreciones que son engullidas por la oscuridad,
mezcladas con la mierda se pierden como cada día en las entrañas de la tierra.
Termina, busca en su bolsillo y
encuentra un pañuelo bordado, se lo acerca a la boca y aspira, como si el
filtro de tela pudiera contener un minuto más el grito que se cuece a fuego
lento en su garganta, limpia la comisura de sus labios de restos amarillentos,
seca las minúsculas gotas de sudor que asoman en su frente, se recompone,
aprieta los dientes, saca su pene y orina, mientras lo hace escucha de nuevo los
altavoces.
El amado líder nunca falla, el amado líder ha escrito miles de libros,
cientos de operas, cuando nació la naturaleza se estremeció, señales inundaron
el cielo y la tierra, Él no defeca, Él puede leer la mente de sus enemigos, Él
es capaz de hacer los dieciocho hoyos de un campo de golf de un solo golpe.
El camarada K podría reír, pero
dibuja una mueca en su rostro afilado, mira hacia la sombra que su cuerpo
proyecta sobre el suelo y se muerde la lengua.
Dilo.
El camarada K aprieta los
dientes.
Di la puta frase. Piensa.
-Viva el amado líder.
Dice al fin en voz alta, después
traga saliva, aliviado, se da la vuelta, camina de vuelta hasta el gran
recinto, donde dos grandes puertas permanecen cerradas, extiende la mano, gira
el picaporte y al entrar se encuentra a sus cuarenta compañeros de sección de
pie, gritando; unos se tiran del pelo, otros golpean su pecho, otros caen de
rodillas y aúllan de dolor, impactado, el camarada K, gira su cuello rígido hacia
el pálido rostro del oficial al mando.
-¿Camarada oficial, qué ocurre?
El niño con galones tarda en
responder, la nieve ha invadido su tez, intenta articular sus palabras, al
final habla, dice.
-El amado líder ha muerto.
Otra vez palabras, fonemas, sonidos que llegan hasta sus tímpanos, rebotan sobre ellos y
hacen que éstos, bloqueados, tarden unos minutos en procesar la información y
en trasmitirla a su abotargado cerebro.
Está muerto. Piensa K.
-Ha muerto.
Repite el oficial, mientras
entorna sus ojos.
-¿No sientes dolor, querido Camarada K?
Despierta.
K despierta de un sueño en su
cuerpo petrificado, transmutado en un hombre de cartón piedra, atrezzo de
comedia sin sentido del humor, si
sospechan acabarás en sus manos, tú, tus hijos, tus vecinos, tus padres, tus
hermanos, aterrado por la pregunta se deja caer sobre sus rodillas y presto
comienza a tirarse del pelo, a golpear su pecho, a gemir sin consuelo; contra
todo pronóstico, las lágrimas surgen sin esfuerzo, son sinceras, piensa K, son las
lágrimas más sinceras de tu vida, asombrado por el hecho de que aún pueda
llorar de alegría.
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