El diez de marzo
de 1914 Mary Richardson tiene una luminosa idea, armada con un hacha de
carnicero se presenta en la National Gallery de Londres y sonriente se dirige a la sección de pintura española, frente a ella,
mujer contra mujer, encuentra recostada sobre el diván a Venus, que la
observa indolente a través del reflejo de su espejo; la mujer del retrato está viva, parece respirar
atrapada entre el lienzo y el óleo, acaricia el pelo sobre su nuca y levanta
suspiros entre los hombres que la miran de reojo, que disimuladamente anhelan su cuerpo desnudo
y salivan al ver su piel delicada, de diosa.
Mary es una
luchadora, una idealista, pero tiene un problema, es idiota, confunde la velocidad con el tocino,
está enfadada y quiere cambiar el mundo, quiere destruir injusticias atávicas,
conseguir la igualdad entre el hombre y la mujer, quiere poder votar; para
ello, para ser escuchada y llamar la atención del mundo cruel, Mary decide liarse
a hachazos con la Venus
de Velázquez, apuñalar su espalda perfecta; levanta el arma y con el primer
golpe rompe el espejo protector ante la mirada de pánico del guarda de
seguridad que comienza a correr hacia ella, se da prisa, levanta de nuevo el
filo y esta vez golpea sobre la tela, sobre la carne de óleo, la apuñala una y
otra vez sin salpicarse con su sangre, mientras el guarda se resbala sobre el
suelo encerado y cae, para cuando consigue levantarse y abalanzarse sobre la
agresora, la Venus
tiene siete puñaladas, siete enormes sietes sobre el lienzo.
Mary grita, sonríe,
su cerebro de chorlito piensa que por apuñalar a la Venus , el mundo es ahora más
justo, se equivoca, después de la agresión, simplemente es un poco menos bello.
Sígueme en twitter @tiemposdormidos
Sígueme en twitter @tiemposdormidos