Llegado el momento, el diablo sonríe, el mayor Durnotsev mira el reloj y ordena a sus hombres que estén preparados, estabiliza el bombardero y hace una señal a su copiloto, vuelan a diez mil quinientos metros de altitud sobre el archipiélago de nueva Zembla, en el Océano Glaciar Ártico, son las once y media del treinta de octubre de mil novecientos sesenta y uno, y se disponen a detonar el mayor artefacto explosivo fabricado por el ser humano, la bomba Tsar, la madre de todas las bombas; los hombres se preparan, colocan las gafas protectoras sobre sus visores y aprietan los dientes, tragan saliva y contienen el aliento mientras el Tupolev modificado abre sus compuertas y defeca la inmensa bomba de veintisiete toneladas de peso y ocho metros de largo, que vuela libre en su camino hacia ninguna parte.
Tienen poco
tiempo, mientras el enorme cilindro metálico cae, el avión vira, aumenta
potencia y alcanza los cuatrocientos ochenta nudos de velocidad, huye con el
rabo entre las piernas a sabiendas de lo que deja atrás.
A las once y
treinta y tres, a unos cuatro kilómetros sobre la superficie del mar, Iván, ése
es el nombre en clave que le han dado al artefacto, explota con una potencia
equivalente a cincuenta y siete millones de toneladas de TNT, cincuenta y siete
megatones que iluminan el cielo como si un segundo sol hubiese surgido de la
nada sobre el cielo de la Unión Soviética ,
generando un gran hongo que llega hasta los setenta mil metros de altura, con un
radio de destrucción de cientos de kilómetros y una onda de choque que es
detectada dando tres veces la vuelta a la tierra, Little boy, la bomba lanzada
años atrás sobre Hiroshima, es en comparación un petardo de feria.
El diablo
sonríe, los creadores de Iván también, aplauden entusiasmados al unísono; a Durnotsev y
su tripulación, la onda expansiva los alcanza a unos relativamente seguros
noventa kilómetros de la zona de impacto, el avión se agita como una coctelera
y por unos segundos es devorado por una luz cegadora, pero sobreviven para regresar
a tierra firme, para recibir su medalla.
Por suerte la
bomba Tsar es de fusión-fisión, eso quiere decir que el noventa y siete por
ciento de la energía que libera es limpia, sin emisión de partículas, eso libra
a buena parte del hemisferio norte de una molesta y peligrosa lluvia
radioactiva, aún así el diablo sonríe, deja escapar una carcajada sardónica que
nadie escucha, feliz porque el ser humano es un bicho listo, ya sabe abrir las
puertas del infierno.