En mil
ochocientos veintinueve el español Antonio Armijo partió de Santa Fe, en lo que
hoy es el estado de Nuevo México, al mando de una expedición con cien mulos y
sesenta hombres, con la intención de cruzar medio Estados Unidos y abrir una
nueva ruta comercial con California que atajara y evitara recorrer el desierto
de Mojave y el peligroso Death Valley; tres meses después de su partida, con
algunos mulos menos pero sin haber perdido un solo hombre, atravesó un valle
repleto de manantiales surtidos por un afluente del río Colorado; la presencia
de agua otorgaba a la ribera un color verde muy diferente al del desierto que
la expedición acababa de cruzar; cuando le pidieron a Armijo que diera nombre a
las nuevas tierras, no se podía ni tan siquiera imaginar la que liaría la mafia
y la pasión por el juego del americano medio en aquel lugar alejado de la mano de Dios poco más de un
siglo después, “Las Vegas” dijo el bueno de Antonio, antes de continuar su
camino con sus mulos y sus hombres, y así, la ciudad del pecado recibió su
nombre antes siquiera de existir.